Los recuerdos son tan dolorosos, John... me pregunto dónde estará Carlos. ¿Alguna vez te he contado lo del accidente con detalle? Me lo imaginaba, aún pienso dónde habrá acabado su melena. Nada, normal que no lo entiendas, espera que empiece por la mañana.
Aquel día me encontraba pintando una pared de un bar, trabajo para el cual me habían contratado un par de semanas antes. Me estaba saliendo un dibujo bastante chulo, una espiral que engullía mesas y sillas, para dar la sensación de que el bar se introducía por un agujero negro. Trabajaba en silencio, a mi estilo, mientras el ruidoso ayudante no dejaba de silbar cancioncitas amerianas ¿te suena? Me estaba poniendo de los nervios, y mi irritación era tal que a punto estuve de lanzarle varias veces el bote de pintura negra que tenía a mi izquierda.
De pronto, a eso de las nueve y media, mi móvil comenzó a sonar insistentemente. Era Carlos. Se le habrá olvidado algo, a ver cuándo aprende a respetar mi trabajo.
-¿Qué tripa se te ha roto ahora? -Pregunté, descolgando el teléfono a la par que trataba de limpiarme las manos en un trapo. Al otro lado de la línea no escuché nada. -¿Hola?
Agudicé el oído y pude por fin percibir pasos con eco, sonidos metálicos y una respiración agitada.
-¿Hola? ¿Carlos?
-Isabella -escuché al fin, mi padrastro hablaba con voz entrecortada- tu madre, tu madre...
-¿Qué pasa con mamá?
-Estoy en la Fé. Ven cuando puedas.
-¿Qué? ¿En la Fé? ¿Qué le ha pasado a mamá? ¿Por qué estás en el hospital? -Escuché algo así como un sollozo al otro lado del teléfono y luego nada, había colgado.
Me levanté rápidamente, derramando el bote de pintura negra que antes había estado a punto de tirarle a aquel ayudante pesado y, cogiendo mi abrigo, me despedí rápidamente de John, que al instante entendió lo que ocurría y prometió limpiar aquel desastre. Al final el dibujo quedó hecho un desastre, pero aquello desencadenó otra historia, que nos ha llevado a que yo te esté contando esto tumbados en la cama semidesnudos.
Cogí la moto, manchando el manillar de pintura, y sin ponerme ni el casco arranqué rumbo al hospital.
Una vez allí vi a varios periodistas en la puerta. Traté de pasar desapercibida, pero por lo visto mi aspecto tatuado y mis rasgos asiáticos no eran (ni son) demasiado comunes.
-¡Isabella! -Exclamó una reportera, casi metiéndome el micrófono en la boca- ¿Cómo está tu madre? ¿Qué va a hacer tu padrastro?
-¿Y yo qué cojones sé? -Repliqué, cabreada y cada vez más preocupada, mientras le daba un manotazo al micro para apartarlo de mi cara- ¡Vete a tomar viento!
Entré rápidamente y al instante vi a Laurana sacando un té de la máquina de refrescos que había en la puerta. Al verme, sus ojos se llenaron de lágrimas y me abrazó.
-¿Qué ha pasado? -Pregunté, cada vez más alarmada- ¿Dónde está mamá?
-Ha tenido un accidente, está en el quirófano. -Respondió entre sollozos- En la ambulancia tuvieron que reanimarla, por lo visto se le ha roto nosequé cosa de nosedónde.
-Llévame donde Carlos.
Sin separar nuestro abrazo y sin recoger el té que ya había caído en el vasito de plástico, avanzamos hacia la sala de espera, donde nuestro padrastro aguardaba sentado con la cara enterrada entre las manos. Al acercarnos levantó la vista, tenía los ojos enrojecidos, pero no lloraba.
Sin mediar palabra, le abracé con fuerza y me senté a su lado para que me contara los detalles del accidente. Por lo visto había ido a entregar un proyecto, maldita sea, por qué no lo llevé yo, maldita fiebre. Dijo que volvería pronto, ¿sabes? Y yo le dije que más le valía y ahora mira. Un coche la atropelló, maldita su costumbre de ir andando a todas partes; joder, Isabella ¿y ahora qué?
Aquella perorata continuó hasta la una del medio día, y recordamos en seguida que Clara, Layla y Cristóbal estaban a punto de salir del cole, así que Inés y Laurana fueron a recogerlas. A Clara le contaron lo sucedido, pero se lo ocultamos a la pequeña, pues aquel angelito era demasiado sensible.
Las dos chicas se encargaron de cuidarlas durante toda la tarde con la condición de que les avisáramos encuanto supiéramos algo. Sobre las dos, por fin salió del quirófano.
Seguimos la camilla por el pasillo hasta la habitación, compartida por cierto, donde el médico nos comentaba cómo había salido la intervención mientras Carlos le tocaba la mano a una dormida y, al parecer, muy delicada, mamá. De pronto la vi muy vieja. O muy joven, no sabría decirlo. Estaba pálida y ojerosa, con una horrible bata azul y de la frente para arriba cubierta de vendas, pues el golpe había sido en la cabeza. Su larga melena estaría en cualquier cubo de basura del hospital. De pronto, comencé a llorar. Todo el rímel se me desprendió de las pestañas para acabar esparcido por mis mejillas. No escuché nada de lo que decía el doctor. Algo sobre su actividad cerebral. De pronto la máquina que había conectada a vaya usted a saber qué parte de su anatomía comenzó a pitar y unas enfermeras nos rodearon, empujándonos sin compasión y comenzaron a enchufarle un montón de cosas y a meterle tubos por la nariz y la boca, pues de pronto había dejado de respirar. Cuando la máquina comenzó a emitir un extraño zumbido, su pecho volvió a hincharse y todos respiraron aliviados.
Con los ojos empañados, miré a mi padrastro, que no le quitaba el ojo de encima a su mujer envuelta en tubos, pálida, sin pelo y con algunas manchas de sangre seca aquí y allá.
En aquel momento no tenía ni idea de cómo iba a acabar todo aquello. De todas las cosas que había pensado para nuestro futuro, jamás imaginé algo de aquella índole.
OUT: Juro que casi me echo a llorar de verdad. Escribir sobre tu propia muerte es duro, y más cuando no sabes el efecto que tendrá sobre personas que sí que existen. Creo que me he pasado de largaria. Para ver la historia desde el punto de vista de Bestia, en su fotolog está colgando capítulos.
supongo que debe de ser dificil, es algo que no sabes bien como escribirlo.
ResponderEliminarDesde luego tiene que ser raro…
ResponderEliminarMe gusta la historia. Los puntos de vista de los dos, porque también he leído los de More/Bestia.
Me he quedado encogida, arg.