Ya han pasado varios años desde que murió su mujer, y todavía no ha conseguido volver a ser como antes, aunque, eso sí, los premios literarios se le amontonan en las estanterías.
Las niñas tardaron en superarlo también, sobre todo porque no contaron a penas con el apoyo de su padrastro, demasiado afectado para consolar a cualquiera, y más cuando ellas vivían en otra casa, pues ya eran mayores. Pudieron continuar con sus vidas, eso sí, bajo mi cuidado hasta que Layla, que contaba con quince años cuando su madre (nuestra madre) fue atropellada, cumplió la mayoría de edad y se fue con Cristóbal de Erasmus a Italia. A saber qué tramarán por allí.
Me levanto de la cama e, inquieta, con un presentimiento de esos que a mi madre le encantaban, le envío un sms. Es simple, escueto y conciso, como le gustan a él "no vayas a hacer ninguna tontería. Llámame cuando quieras, aunque creo que sé lo que tienes en mente. Un beso. Isabella".
Y no, no es un farol. Sé que saldrá por la puerta de su casa y ya no volverá. Dos amadísimas esposas fallecidas son demasiado, incluso para un poeta.
Y más cuando las dos perecieron tras una larga agonía, la primera consciente y la segunda, a medias. Con lo espiritual que era mi madre, estoy segura de que se esforzó por escuchar todas las palabras de cariño que le dirigían sus hijas, y su marido. Por fortuna, mi abuela ya no vivía, aquella agonía le habría roto el corazón para siempre, pues sufría sólo con el simple resfriado de una de nosotras, y nos llenaba de besos y cariño hasta resfriarse ella también.
Cierro la cortina tras mirar largamente por la ventana y darle una calada al cigarrillo. Un vicio que mi madre siempre detestó, y me tomaba el pelo medio en broma medio en serio. Después de su muerte, mi padrastro lo adoptó también. Creo que quería matarse poco a poco.
Dejo el pitillo encendido sobre el cenicero y me siento en la cama mientras me acomodo el cabello y miro de reojo a John, dormido a mi lado, y su enorme tatuaje de una calavera entre sus omoplatos.
Suspiro, me pinto los labios, me calzo los zapatos de tacón y salgo por la puerta, hacia la estación de trenes. A lo mejor todavía llego a tiempo. Saliendo del ascensor, me detengo. ¿Qué estoy haciendo? Que haga lo que quiera, es su vida. Si me quiere, ya me llamará. Si quiere a Cristóbal, se pondrá en contacto con él. Pero conociéndole, ahora sólo se quiere a si mismo, y una larga temporada para pensar.
Le vendrá bien salir de esas cuatro paredes repletas de libros. Si dentro de un mes no aparece, entraré y yo misma les daré un hogar, por si quiere volver que no los encuentre rotos, mohosos o polvorientos.
Creo que con este viaje, se cierra el final de un ciclo. Un ciclo en el que, por culpa de un viaje, una relación se rompió y comenzó otra. Un ciclo en el que yo vine de un viaje larguísimo para quedarme, un ciclo en el que por culpa de un viaje, mi madre murió. El final de un ciclo en el que mi padrastro, mi padre, podrá encontrase a sí mismo.
OUT: Después de leer el post by the face de Bestia en su fotolog, he ido ideando lo que había pasado para que él estuviera así en un tiempo. Me parece un perfecto comienzo para mi novela, aunque no me ha salido tan bien como había querido. No importa, es sólo un ensayo, la próxima saldrá mejor. Un beso.
Me encanta como escribes!!
ResponderEliminarMe ha gustado muchísimo. Creo que tienes razón, es un comienzo perfecto!!
:D
la has seguido? mmmmmmm...
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