martes, 26 de enero de 2010

Estamos condenados

Acabo de darme cuenta de que me he hecho mayor.

Aunque lleve un pijama con rayas de colores y galletitas del woman's secret. A mis diecisiete añitos, casi dieciocho (lo cual es nada teniendo en cuenta que la esperanza de vida es mayor y, por lo tanto, se madura mucho más tarde) ya soy una mujer adulta. O casi casi.

Hace a penas una media hora Bestia y yo hemos discutido. Como siempre, las causas de esta pelea se difuminan en mi memoria, lo cual indica que tampoco era tan grave. Como siempre. En cualquier caso, no voy a narrar la pelea aunque los únicos lectores que tengo somos el afectado en cuestión y yo, más que nada porque no tengo muchas ganas de rememorarla, evidentemente.
El caso es que en varias ocasiones he tenido ganas de coger una chaqueta y salir por la puerta para ir hacia casa de Bestia. Pero no lo he hecho.

Claro, eso no indica que me haya hecho adulta. El hecho es que me he quedado con el culo pegado al sofá porque mañana (bueno, u hoy porque ya es la 1 casi y media) tengo un examen de historia.

Siendo niña me he "escapado" de casa muchas veces, cualquier tarde en que me enfadara con mis progenitores y huyera hacia casa de mi iaia, la cual casi nunca estaba en su morada por coincidencias de la vida. Me escapaba enfadada y con la resolución de vivir allí por poco tiempo (pues mi iaia se levanta todos los días a las siete y aquella condición para mí sería un suplicio) hasta que las aguas volvieran a su cauce. Y me marchaba sin pensar en los deberes, ni el examen del día siguiente. Me marchaba porque quería irme, y eso hacía.

Pero hoy el peso de la responsabilidad ha caído como la espada de Damocles sobre mi cogote. Antaño no me habría marchado en horas tan intempestivas por miedo a las represalias de mis padres, pues seguramente el oído supersónico de mi padre me habría escuchado rozar el pomo de la puerta. Pero hoy eso me habría dado igual, cualquier excusa habría servido. Me habría marchado casi sin dudarlo.

Pero mañana tengo un examen de historia, y no estoy dispuesta a no ir, aunque he estudiado más bien poco. Y me he sentido adulta. Y me he sentido aún peor.

Decía Kant (o al menos creo que era él) que "estamos condenados a ser libres", y no puedo estar más de acuerdo. Ser niño significa que puedes hacer lo que quieras (dentro de unos límites morales impuestos por tus padres, claro está), pueden cuidarte, llaman al médico cuando es necesario y te despiertan con el desayuno en la mesa. Sin embargo, la madurez implica un cierto grado de amargura, implica soledad y desamparo. Implica sacarte tú solo las castañas del fuego, implica que cuando eres adulto, o te responsabilizas o te quedas tirado en la calle.

Y eso me aterra hasta límites insospechados.

Sé que no soy la primera persona que lo pienso, pero ojalá pudiera vivir en el Mundo de Nunca Jamás. Ser niña eternamente y no tener que responsabilizarme más de lo necesario.

De todos modos, decía Picasso que pasamos toda la vida aprendiendo a ser niños.

Tengamos fé en que tendré una jubilación jugando con muñecas y patinando por el parque con las rodillas despellejadas.

O, simplemente, despreocupada.

De todos modos, aunque haya escrito esta parrafada infumable, tampoco soy adulta del todo. Quizá nunca lo sea. Quizá no sea tan terrible.







PD: Lo siento. Te quiero.



EDIT1: Vale, no era Kant, era Sartre

1 comentario:

  1. Todos queremos ser niños, supongo, o mas que ser niños evadir nuestras responsabilidades. Si te haces mayor, y eso deberia ser bueno.
    No hay nada que sentir, pues no tienes la culpa, no toda.
    Te quiero mucho, futura esposa ^^

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