miércoles, 8 de agosto de 2012

Cuento para mí



Había una vez una pequeña princesa encerrada en un castillo.
Se había encerrado tras la muerte de sus padres, porque tenía miedo del mundo. La tristeza le había teñido un mechón de pelo de blanco, y todas las noches miraba por la ventana y observaba el pueblo vecino; se imaginaba sus gentes, sus conversaciones, observaba los fuegos de sus fiestas y las canciones que cantaban. Pero nunca se atrevía a salir porque tenía miedo al mundo de fuera.

Una noche, mientras la princesa escrutaba atentamente al pueblo, ya que aquella noche tenía lugar la celebración más importante de todas, el festival real que hacían en conmemoración de sus padres, de los reyes. 
De pronto, la joven princesa escuchó unos ruidos abajo, en el patio del castillo. Rápidamente bajó las escaleras con total sigilo, y al girar una esquina, pudo ver a un chico un poco mayor que ella; llevaba el pelo largo, recogido en una trenza que le caia por la espalda, en su mano desnuda portaba una vieja espada oxidada y miraba de un lado para otro.
La princesa se escondió rápidamente, porque temía todo lo que venía del exterior. Se ocultó tras una gran armadura cubierta de polvo, y habló con voz grave, pues era muy buena imitando voces, se había pasado largo tiempo inventando las voces de los aldeanos
-¿Quién osa profanar el castillo abandonado? -El chico dio un respingo y movió la espada de un lado para otro.
-Soy Karl, el hijo del herrero, el que no teme a nada, y he venido a por mi esposa -la voz del muchacho tembló un poco, pero sus palabras no parecían infundir temor al ser que no veía.
-¿Y quién es esa mujer que buscáis? -Preguntó la princesa, su padre le había dicho que los hombres eran personas malas y que se aprovecharían de ella
-La princesa del castillo, -respondió Karl con desenvoltura- dicen que esta recluida aquí porque es la mujer más bella del reino, y que nadie puede mirarla sin morir de tanta belleza. Pero dicen que está cautiva por un ser maligno y vengo a darle caza para que sea mi esposa -El chico avanzó hacia el lugar de donde provenía la voz hasta parar delate de la estatua. La princesa guardó silencio, pues temía a aquel desconocido.

Con un giro de su espada, golpeó la vieja armadura y esta cayó, dejando ver a la princesa, el chico quedó callado, sin saber que decir.
-Como veis... no hay ningún monstruo -comentó, con voz trémula. Tenía miedo de lo que aquel chico pudiera hacerle.
-Aún sin monstruo, creo que he muerto, mi señora; nada más veros, una parte de mí ha muerto y si no marcho con vuestra mano, jamás podrá volver a la vida.

La chica dio un paso atrás, confundida, el corazón se le aceleraba.
-No, no puedo salir... ahí fuera... es peligroso.
-Jamás dejaré que nada malo os pase, vuestra vida es mi vida, y antes moriría que veros sufrir -el chico le tendió la mano. Al principio, ella desconfió, el miedo le atenazaba las piernas, no la dejaba respirar- ¿confiáis en mí, princesa? 

El chico le cogió la mano y la saco de allí, de aquel mugriento castillo que había sido su tumba tantos años. La llevó a ver el país, le enseñó las Montañas del Principio del Mundo, el Lago de los Deseos, la Arboleda de las Hadas del Sol, el Claro de la Luna, el Valle de los Hombres Morados, la Gran Ciudadela de los Sabios y muchos otros lugares bellos e inimaginables. Y la princesa jamás volvió a tener miedo. Pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.







Historia de More para mí, un poco retocada por una servidora. Yo misma he hecho el cutredibujo del principio, en menos de un segundo, para ilustrar una historia tan linda.

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