martes, 28 de mayo de 2013

Bayushi Yumi


-¿Y qué pasó con Yumi? 

Preguntará la Mantis la próxima vez que se reúnan. Quizá lo pregunte el Grulla. El monje sólo les miraría en silencio, pues él nunca hablaba. Sin embargo, lo sabría.

Volvió a sentir aquel dolor insoportable cruzándole el vientre. Trató de respirar hondo, pero la bocanada de aire se le atravesó en el pecho. Un quejido desgarrador le trepó desde el vientre, por la garganta, hasta salir por la boca. Le dolía la mandíbula de apretar los dientes, y tenía todo el cuerpo empapado en un sudor frío.
La habían entrenado para aguantar el dolor, pero no uno de aquella clase. Ningún samurái nunca había experimentado un dolor semejante.

Cuando por fin dejó salir el aire en una bocanada, sólo pudo dejar caer su peso sobre los hombros de las criadas, que la sujetaban con toda la fuerza que podían reunir. Le temblaban las piernas. Después de dos días sufriendo y luchando era incapaz de sostener su peso sobre sus pies. Había recorrido largas marchas por las Tierras Sombrías, de sol a sol, sin comer o dormir. Pero nunca ningún Hiruma había sufrido un cansancio como aquel. 
El curandero, desconcertado por el continuo sufrimiento de su paciente, con sus dedos diestros y ágiles asió las finas agujas que recorrían su cuerpo y las cambió de localización. La Bayushi a penas sintió los pinchazos, no cuando el vientre se le contrajo de nuevo. Chilló otra vez, tan fuerte que escupió sangre al acabar.

Sin poder soportarlo más, la mujer se dejó caer hasta tumbarse sobre el tatami. Sus tobillos hinchados no podían sostenerla más. Fuera, veía la figura de su marido recortada sobre el papel de las paredes, recorriendo el pasillo de un lado a otro. ¿Cuánto tiempo llevaría dando vueltas? Imaginó la suela de sus calcetines totalmente desgastada. Al principio, cuando comenzó el dolor, había tocado algo de música, para tranquilizarla. Después de tantas horas, tendría las yemas de los dedos en carne viva, y las cuerdas del shamisen cubiertas de sangre. 

Cuando el curandero terminó de colocarle algunas agujas más, abandonó la habitación, deslizando tras él la puerta corredera hasta ocultarle completamente.
Yumi sabía que iba a hablar con su marido, y sabría exactamente qué iba a decirle. Ella no tenía conocimientos de medicina, pero era mujer, y sabía que un parto que duraba más de un día no era una buena señal. Estaba completamente agotada, cada minuto que pasaba envuelta en dolor la dejaba  más incapacitada, y dudaba seriamente de que, llegado el momento, le quedaran fuerzas para empujar.
Rezó a sus ancestros, tanto a los rokuganeses como a los gaijin. Rezó a las Fortunas, y rezó al espíritu de su maestra, quien la había apoyado en su primer parto, cuando él no estaba... Alguien le apartó un mechón de cabello rojo de la frente.
Sollozó, mientras las criadas intentaban ponerla en cuclillas de nuevo, pero fracasaron. Su peso a penas si había variado en su embarazo, pues no había tenido ganas de comer en mucho tiempo, pero su cuerpo sin fuerzas era un peso muerto.

Quizá si hubiese sido sincera , las cosas habrían sido diferentes. Si hubiese sido sincera mucho tiempo atrás. Si le hubiese dicho, cuando Hiroko... pero no quiso interferir en su vida. Ahora él tenía dos hijos, y ella estaba dando a luz a otro, para su marido. El primero de su...

Otro latigazo de dolor. Parecía que no iba a tener fuerzas para gritar, pero lo hizo. Cada vez se sentía más débil, y más enferma. Se sentía febril, cansada, empapada en sudor. Sus muslos se encontraban cubiertos de sangre, al igual que las telas bajo ella.  Parecía que aquel líquido rojo no dejaba de brotar de su interior.
¿Era sangre o era su propio cabello? Quiso pedir que alguien le dijera si era su cabello lo que veía esparcido por el suelo.
Su vista comenzó a nublarse. Dejó caer la cabeza sobre el tatami. ¿Por qué? Había tenido dos partos felices y sin complicaciones. Quizá era porque entonces había llevado una vida más sana, porque había seguido entrenando y comiendo. Durante este embarazo a penas había logrado poner un pie fuera de casa. La vida le cansaba, la había consumido, encerrada en sus aposentos, como una barrita de incienso. 

Alargó la mano para coger de la manga a la criada, y trató de susurrarle que le llamara, que quería verle. Ella pareció mirar hacia la figura recortada en la pared. Pero no. No. Él...
Alguien trató de ponerle un poco de té en la boca, pero no tuvo fuerzas para tragar. Le dolía, le dolía la espalda, el vientre, la cadera, las piernas...
Alguien susurró a su espalda, una mujer. Dijo que, si moría, intentarían sacar al bebé como fuera. No le importaba. Se estaba muriendo, ya lo sabía. Esas cosas pasaban.
Había sido una gran heroína, una fiel defensora del Imperio, pero moría como una campesina heimin. Shinsei decía que la muerte igualaba a las personas, y nada había más igualitario que morir en un parto, como una mujer cualquiera. 
Quizá era mejor. Si moría, con ella moriría la deshonra. Nadie sabría que Hitomi...

Se abandonó al cansancio, a aquel rincón de su mente y cuerpo donde el dolor era sólo un latido sordo, y las cosas a su alrededor dejaban de tener sentido. Aquel rincón que llevaba llamándola desde que habían comenzado las contracciones. Y cuando se dejó llevar, como una barca a la deriva, cuando todo se volvió negro, había algo en su mente que seguía sin encajar. ¿Por qué? ¿Por qué toda aquella melancolía durante el embarazo? ¿Por qué tanta sangre?


¿Por qué...









...Silencio...








-¿Y qué pasó con Yumi?






Abrió los ojos. Quiso reír.



Veneno

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