Acabo de terminar de leer, por segunda vez, el que considero que es mi libro favorito: 100 años de soledad. Como quiero compartir con vosotros el mismo placer que me provoca leerlo, he tratado de imitar lo que ya hice en su día con Peter Pan: una recopilación de las mejores frases, o de párrafos que me hayan llamado la atención. Pero la novela está tan plagado de ellos, que tendría que haber hecho un copypaste completo. Y en otras ocasiones, el contexto general significa tanto para una frase concreta, que copiarla es como arrancar una estalactita: cuando la sacas de la cueva te das cuenta de que esa magnífica formación de tierra milenaria se ha convertido en una simple piedra...
Aun así, algo he podido sacar. Quizás no sean las mejores frases, pero aquí están. Que las disfrutéis.
"Úrsula no volvió a acordarse de la intensidad de esa
mirada hasta un día en que el pequeño Aureliano, a la edad de tres años, entró a la cocina en el momento en que ella retiraba del fogón y ponía en la
mesa una olla de caldo hirviendo. El niño,
perplejo en la puerta, dijo: “se va a
caer”. La olla estaba bien puesta
en el centro de la mesa, pero tan pronto como el niño hizo el anuncio, inició un
movimiento irrevocable hacia el borde, como impulsada por un dinamismo
interior, y se despedazó en el
suelo."
"De pronto, extendió una
mano y lo tocó. “Qué bárbaro”, dijo,
sinceramente asustada, y fue todo lo que pudo decir. José Arcadio sintió que
los huesos se le llenaban de espuma, que tenía un
miedo lánguido y unos terribles
deseos de llorar. La mujer no le hizo ninguna insinuación. Pero José Arcado
la siguió buscando toda la noche en el
olor de humo que ella tenía en
las axilas, y que se le quedó metido
debajo del pellejo. Quería estar
con ella en todo momento, quería que
ella fuera su madre, que nunca salieran del granero y que le dijera qué bárbaro,
y que lo volviera a tocar y a decirle qué bárbaro."
“¿Qué se
siente?” José Arcadio le dio una respuesta inmediata.
-Es como un temblor de tierra."
"Y lo creía de
veras, porque en sus prolongados encierros, mientras manipulaba la materia,
rogaba en el fondo de su corazón que
el prodigio esperado no fuera el hallazgo de la piedra filosofal, ni la
liberación del soplo que hace vivir
los metales, ni facultad de convertir en oro las bisagras y cerraduras de la
casa, sino lo que ahora había
ocurrido: el regreso de Úrsula."
"Pero el sedentarismo que acentuó sus pómulos y
concentró el fulgor de sus ojos, no
aumentó su peso ni alteró la parsimonia de su carácter, y por el contrario endureció en sus labios la línea recta de la meditación solitaria y la decisión implacable."
"Ella tuvo que hacer un esfuerzo sobrenatural para no morirse
cuando una potencia ciclónica
asombrosamente regulada la levantó por la
cintura y la despojó de su intimidad con tres
zarpazos, y la descuartizó como a
un pajarito. Alcanzó a dar gracias a Dios por
haber nacido, antes de perder la conciencia en el placer inconcebible de aquel
dolor insoportable, chapaleando en el pantano humeante de la hamaca que absorbió como un papel secante la explosión de su sangre."
"Arcadio la había visto
muchas veces, atendiendo la tiendecita de víveres
de sus padres, y nunca se había
fijado en ella, porque tenía la
rara virtud de no existir por completo sino en el momento oportuno."
"El general del estado mayor le entregó el telegrama con un gesto de consternación, pero él lo leyó con
imprevisible alegría.
-¡Qué bueno!
-exclamó-. Ya tenemos telégrafo en Macondo."
"Poco después,
cuando el carpintero le tomaba las medidas para el ataúd, vieron a través de la
ventana que estaba cayendo una llovizna de minúsculas
flores amarillas. Cayeron toda la noche sobre el pueblo en una tormenta
silenciosa, y cubrieron los techos y atascaron las puertas, y sofocaron a los
animales que durmieron a la intemperie. Tantas flores cayeron del cielo, que
las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y tuvieron que
despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro."
"-Dime una cosa, compadre: ¿por qué estás
peleando?
-Por qué ha de ser, compadre -contestó el coronel Gerineldo Martínez-: por el partido liberal.
-Dichoso tú que lo sabes -contestó él-. Yo,
por mi parte, apenas ahora me doy cuenta que estoy peleando por orgullo.
-Eso es malo -dijo el coronel Gerineldo Márquez.
Al coronel Aureliano Buendía le
divirtió su alarma. “Naturalmente -dijo-. Pero en todo
caso, es mejor eso, que no saber por qué se
pelea.” Lo miró a los ojos, y agregó sonriendo:
-O pelear como tú por algo que no significa
nada para nadie."
“Fíjate qué simple
es -le dijo a Amaranta-. Dice que se está
muriendo por mí, como si yo fuera un cólico miserere.” Cuando en efecto lo encontraron muerto junto a su
ventana, Remedios, la bella, confirmó su
impresión inicial.
-Ya ven -comentó-. Era completamente simple."
"Tal vez, no sólo para
rendirla sino también para conjurar sus peligros,
habría bastado con un sentimiento
tan primitivo, y simple como el amor, pero eso fue lo único que no se le ocurrió a
nadie."
"Cuando vio a Remedios, la bella, vestida de reina en el carnaval
sangriento, pensó que era una criatura
extraordinaria. Pero cuando la vio comiendo con las manos, incapaz de dar una
respuesta que no fuera un prodigio de simplicidad, lo único que lamentó fue
que los bobos de familia tuvieran una vida tan larga. A pesar de que el coronel
Aureliano Buendía seguía creyendo y repitiendo que Remedios, la bella, era en
realidad el ser más lúcido que había
conocido jamás, y que lo demostraba a cada
momento con su asombrosa habilidad para burlarse de todos, la abandonaron a la
buena de Dios. Remedios, la bella, se quedó
vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin
horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde
de marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa.
Apenas había empezado, cuando Amaranta
advirtió que Remedios, la bella,
estaba transparentada por una palidez intensa.
-¿Te sientes mal? -le preguntó.
Remedios, la bella,
que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una
sonrisa de lástima.
-Al contrario
-dijo-, nunca me he sentido mejor.
Acabó de
decirlo, cuando Fernanda sintió que un
delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes
de sus pollerines y trató de
agarrarse de la sábana para no caer, en el
instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para
identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a
merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con
la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas
que subían con ella, que abandonaban
con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las
cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires
donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria."
"El coronel Aureliano Buendía
apenas si comprendió que el secreto de una buena
vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad."
"[…] la
impavidez de Amaranta, cuya melancolía hacía un ruido de marmita perfectamente
perceptible al atardecer."
"Eran tres regimientos cuya marcha pautada por tambores de
galeotes hacía trepidar la tierra. Su resuello
de dragón multicéfalo impregnó de un vapor pestilente la claridad del mediodía. Eran pequeños, macizos, robustos. Sudaban con sudor de caballo, y tenían un olor de carnaza macerada por el
sol, y la impavidez taciturna e impenetrable de los hombres del páramo. Aunque tardaron más de una hora en pasar, hubiera
podido pensarse que eran unas pocas escuadras girando en redondo, porque todos
eran idénticos, hijos de la misma
madre, todos soportaban con igual estolidez el peso de los morrales y las cantimploras,
y la vergüenza de los fusiles con las
bayonetas caladas, y el incordio de la obediencia ciega y el sentido del honor."
"Lo malo era que la lluvia lo trastornaba todo, y las máquinas más áridas
echaban flores por entre los engranajes si no se les aceitaba cada tres días, y se oxidaban los hilos de los
brocados y le nacían algas de azafrán a la ropa mojada. La atmósfera era tan húmeda que los peces hubieran podido
entrar por las puertas y salir por las ventanas, navegando en el aire de los
aposentos."
"Intrigado con ese enigma, escarbó tan profundamente en los sentimientos de ella, que
buscando el interés encontró el amor, porque tratando de que ella
lo quisiera terminó por quererla. Petra Cortes,
por su parte, lo iba queriendo más a medida
que sentía aumentar su cariño, y fue así como en la plenitud del otoño volvió a creer en la superstición juvenil de que la pobreza era una
servidumbre del amor. Ambos evocaban entonces como un estorbo las parrandas
desatinadas, la riqueza aparatosa y la fornicación sin
frenos, y se lamentaban de cuánta
vida les había costado encontrar el paraíso de la soledad compartida. Locamente
enamorados al cabo de tantos años de
complicidad estéril, gozaban con el milagro
de quererse tanto en la mesa como en la cama, y llegaron a ser tan felices, que
todavía cuando eran dos ancianos
agotados seguían retozando como conejitos y
peleándose como perros."
"Nigromanta lo llevó a su
cuarto alumbrado con veladores de superchería, a su
cama de tijeras con el lienzo percudido de malos amores, y su cuerpo de perra
brava, empedernida, desalmada, que se preparó para
despacharlo como si fuera un niño
asustado, y se encontró de
pronto con un hombre cuyo poder tremendo exigió a sus
entrañas un movimiento de
reacomodación sísmica."
"De pronto, casi jugando, como una travesura más, Amaranta Úrsula descuidó la
defensa, y cuando trató de
reaccionar, asustada de lo que ella misma había hecho
posible, ya era demasiado tarde. Una conmoción
descomunal la inmovilizó en su
centro de gravedad, la sembró en su
sitio, y su voluntad defensiva fue demolida por la ansiedad irresistible de
descubrir qué eran los silbos anaranjados
y los globos invisibles que la esperaban al otro lado de la muerte. Apenas tuvo
tiempo de estirar la mano y buscar a ciegas la toalla, y meterse una mordaza
entre los dientes, para que no se le salieran los chillidos de gata que ya le
estaban desgarrando las entrañas."
"A veces permanecían en
silencio hasta el anochecer, el uno frente a la otra, mirándose a los ojos, amándose en el sosiego con tanto amor
como antes se amaron en el escándalo."
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