No tiene suficiente con hacer un libro sobre un pederasta que le escribe cartas sobre conejos saliendo de chisteras a una pobre niña hasta confundirla y hacerle ver que sólo es un personaje de un libro que le escribe un señor a su hija para darle clases de filosofía. ¡Si sólo tiene catorce años! ¿Sabe usted el trauma que le habrá creado a las pobres niñas? Sí, sí, a las dos. A la ficticia y a la "real".
Pero no sólo eso, si no que además es un tochazo infumable de 633 páginas donde usted intenta resumir toda la historia de la filosofía. No podía haberse reducido a un sólo filósofo, o a una corriente filosófica. No, toda la historia de la filosofía.
Ah ¿que usted pensaba que no haría ningún mal con ese libro? No, claro que no. Pero antes de decidirse a publicarlo debería haber pensado en mi profesora de filosofía, hombre. Ya, ya sé que no la conoce, y qué suerte tiene, canalla. Lo siento, sin faltar, tiene usted razón.
Qué suerte tiene, señor.
¿Que qué ha hecho? Nada, intenta hacer que leamos unas cien páginas a la semana. Sí, sé que eso normalmente no es un problema para mí, y el primer capítulo hasta se me hizo interesante. Pero intente leerse cien páginas a la semana durante tres meses, durante los cuales una mujer mayor con un problema grave menopausia y mental le torturará cruelmente. ¿Que no suena tan terrorífico? Claro, usted no la conoce. Si esa mujer hubiera sido Pizarro o Hernán Cortés, ahora mismo en sudamérica no habría ni un solo criollo. Sólo españolitos puros y duros.
Pero regresando a las cien páginas semanales, fue una tortura dura pero conseguimos sobrevivirla para poder pasar a otra cosa. Pero cuando ya pensaba que había conseguido librarme de su libro (válgame la redundancia) resulta que me cae filosofía para septiembre y tengo que releerlo. Es más, tengo que ¡estudiarlo!
Señor Jostein Gaarder, sé que usted sólo quería hacer un libro que enseñara filosofía a los jóvenes, y me parece algo muy loable pero...
¿por qué dio su consentimiento para que lo tradujeran al castellano y al valenciano?
Le odio, señor Jostein Gaarder. Pero sólo los días pares.
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