jueves, 7 de enero de 2010

Tybalt

El hombre abrió los ojos lentamente y se encontró tumbado boca arriba envuelto por una total oscuridad. Como cada noche. Había mandado que acolcharan el interior de su lugar de descanso para un más cómodo despertar, pero seguía sintiéndose extraño levantándose envuelto por la nada. A veces, tenía la sensación de que si empujaba la tapa del ataúd donde dormía, se encontraría con que todavía lucía el sol. Y aquello lo aterraba.

Finalmente, empujó la tapa del ataúd con ambas manos y se incorporó, arqueando la espalda y estirando los brazos por encima de su cabeza. Si hubiera tenido un estómago vivo, seguramente habría rugido de hambre.

Tybalt se levantó y, caminando hacia la puerta, recogió un par de prendas que ella había dejado sobre la mesa, preparadas para él; se trataba de una camisa color burdeos, un chaleco negro y unos pantalones de igual color. La ropa interior era del mismo color de la camisa. Tybalt creía, en un alarde de superchería, que la gama de rojos le daba suerte durante la noche, así que intentaba llevarla siempre, aunque fuera en la ropa interior. Y Ella lo sabía bien. Sonrió. Era tan mona y tan servicial.

Tras vestirse, consultó la hora y decidió salir para allá, el lugar de reunión, así que cogió las llaves del candado de la bici y se marchó de su casa.

No era común que un vampiro se desplazara en bici, pero aprovechando su aspecto de estudiante universitario, no quería llamar la atención viajando en un coche lujoso o en una moto. Que los tenía. Sin embargo, no parecerían pagados por un sueldo trabajando en un local de comida basura; porque allí era donde trabajaban los estudiantes ¿no? Y pensar que en sus tiempos la gente estudiaba por placer y no por poder acceder a un trabajo más importante y mejor pagado. Ay, la decadencia…

Pedaleó durante media hora hasta llegar al lugar donde se reunían todas o casi todas las noches. Se trataba de un parquecito delante de una biblioteca, la más grande de la ciudad. Se decía entre los neonatos que anteriormente había sido un sanatorio mental, pero por lo que Tybalt sabía (y, referente a aquellas cosas, se podía decir que sabía bastante), había sido un hospital normal y corriente. De igual manera, la presencia de la biblioteca no potenciaba la presencia de los malkavian, pues había sólo un par, en comparación a la creación masiva de brujah. Perros cabreados. Se entretenían saltando a la comba con cadenas y tirándose piedras de cuando en cuando. A Tybalt le repugnaban y fascinaban a la vez.

Cuando llegó, aparcó la bici en cualquier farola y se dirigió hacia el parque, pésimamente iluminado, perfecto para sus fechorías nocturnas. Se encontraba rodeado por las ruinas de lo que había sido el antiguo jardín del hospital (preparado para el reposo espiritual de los enfermos) y un intento de ampliación que había quedado… pues eso, en intento. Tybalt era uno de los pocos que presenció la obra inacabada en el momento en el que se hizo. Y aun así, no era el más viejo de allí.

En el parque había una zona con hierba que, pese a que los jardineros del Estado ya no lo cuidaban, seguía allí sin secarse, todo un mérito teniendo en cuenta que era pisoteado por todos los brujah que solían acudir al parque. También había una zona con árboles, perfecta para las fechorías mágicas de los tremere (aunque en valencia no solía haber) y una zona empedrada, lugar donde la mayoría de la gente solía sentarse. Allí se dirigió Tybalt.

Había mucha gente, la mayoría prole nueva y mal informada, que se creía lo más por beber sangre y poseer el “don” de la inmortalidad, como una especie de continuación personal de la insulsa saga de “Crepúsculo”. Ilusos. Al llegar saludó a un par de colegas de oficio, y vio que Malki, Kirt y César se encontraban charlando juntos en un rincón. Los contó una vez (uno, dos, tres), los contó de nuevo, preguntándose qué tenían de extraño, qué les faltaba (uno, dos y tres), hasta que cayó en la cuenta de que faltaba aquel amigo suyo tan grande. El caitiff. Los caitiff también le repulsaban y agradaban a partes iguales, pero en menor medida que los brujah; como su clan mantenía constantemente, los caitiff son como los tontos: nace uno cada minuto. Seguramente había ido a cazar, así que Tybalt, sin darle importancia, se fue a molestar a una de sus chiquillas.

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