jueves, 31 de enero de 2013

Eso dicen

Dicen que al final de tu vida te arrepientes más de las cosas que no has hecho, que de las cosas que has hecho. Si es así, ¿puede uno arrepentirse de las cosas que no hicieron otros? Mis padres me han comentado un par de veces que, cuando eran jóvenes, antes de que naciésemos mi hermano y yo, hicieron algunos planes para irse a vivir a Australia. Y desde que me lo dijeron, no dejo de pensar en cómo habría sido mi vida si hubiese crecido en la otra punta del mundo (literalmente).

Bilingüismos a parte, eso me hace plantearme otras cosas. 

Veréis, yo siempre me he considerado especial. O he querido considerármelo. Cuando era niña, leía libros bastante por encima del nivel intelectual de los niños de mi edad; veía películas clásicas con mi madre, y escuchaba grandes grupos con mi padre. No me consideraba muy lista, porque mis notas tampoco es que fueran una maravilla. Pero vaya, me consideraba... el equivalente a culto, en una niña de 12 años. Me creía una Jo March, o una Matilda. Alguien especial.
Jugaba a que era una princesa elfa a la que venían a rescatar Legolas y Aragorn, y luego nos liábamos a espadazos con los orcos. Jugaba con las barbies a los X-men. Dime tú si eso lo hacían todas las niñas.
Entre eso y que la relación con otros niños de mi edad era bastante conflictiva, y me sentía apartada o que no encajaba... bueno, ese es el típico estereotipo de un buen protagonista.

Pero conforme van pasando los años me voy dando cuenta de que aquello era una ilusión. Sí, puede que en su día fuera "culta", pero me quedé estancada en aquel nivel, y, poco a poco, los demás, al ritmo normal, me han alcanzado. Y ahora soy una más.
Prácticamente toda la gente que conozco lucha por ser diferente, y de verdad creen que lo son. Pero si toda la gente fuese diferente, ¿no les haría eso iguales? Y vale, considerando que realmente sean un punto y aparte de la sociedad, ¿cuántos de nosotros podemos optar por ese título? Por definición, no todos podemos ser alguien especial, un visionario o un iluminado. No todos podemos recoger el título al final de nuestra vida de haber sido un Lord Byron, o una Madame de Pompadour, un Andy Warhol o un Groucho Marx. 

Así que, con tristeza, me doy cuenta de que aquello que me hacía diferente, me hace igual que millones de personas. Me doy cuenta de que, aunque a estas alturas me muero de ganas por viajar, irme a vivir a cuantos países pueda, escribir un buen libro y recoger el premio Frida Kahlo a una vida original cuando me muera, es simplemente algo que se quedará en sueños, en algo que pudo haber sido, y les contaré a mis "hijos" como anécdota. Y quizá ellos se lamenten de que no hiciera nada de aquello, porque haberlo hecho les habría conferido el punto de inflexión que a mí me ha faltado.

¿Os podéis creer que no he visto Ciudadano Kane?

Y a partir de aquí, creo que sólo hay dos caminos: Dejar de creer que voy a hacer algo grandioso, y que al final del camino moriré con la satisfacción de haber tenido una vida plena; ceder ante la evidencia de que estadísticamente es imposible que haya nacido bajo la bendición de Charles Chaplin o Darwin, y me deje llevar por una buena vida, insustancial, pero buena.
O ponerme las pilas y salir del camino para internarme en la Ciénaga de los Muertos. Empezar a escuchar música, ver películas de culto y leer grandes clásicos. Irme un verano a trabajar a Londres, y luego pedir una beca de prácticas para Japón. Deshacerme del miedo y la pereza, y salir del redil.

Y, de nuevo, necesito una buena hostia que me ponga a andar. 

O eso dicen. 

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