jueves, 3 de enero de 2013

Pantera Nebulosa


Las calles de Nueva York se encontraban completamente atestadas. Una marabunta de coches, limusinas y taxis llenaba las calzadas, pitándose entre sí como si el sonido del claxon pudiera descongestionar la avenida. Las alcantarillas de los callejones expiraban humo blanco, y los transeúntes se paseaban en grandes grupos, felices y disfrazados de forma ridícula, muchos de ellos ebrios ya.

Silenciosa como una sombra, Amy cruzaba los tejados con gran rapidez, casi completamente ajena a la algarabía que se estaba desarrollando allá abajo. La chica se detuvo a recuperar aliento, sobre el tejado de una finca de unos siete pisos, en un barrio obrero de la ciudad. 

Se aproximó lentamente hacia el borde del tejado y se sentó sobre él, dejando las piernas colgando por la parte de fuera. Debía ganar tiempo, le había dejado muy atrás. Pobre. 
A lo lejos, algunos fuegos artificiales prematuros iluminaban el cielo de Manhattan. La atractiva cara de Amy se iluminó de rojo, y luego de verde, para apagarse lentamente. Respiró hondo, agitó su melena castaña y luego se dejó caer.
Aquello era algo indescriptible. Sentía cómo su corazón se elevaba a la altura de su garganta, con un pinchazo de temor. Un vacío de emoción y miedo llenaba su estómago conforme se acercaba al suelo. Debía tener cuidado, concentrarse en el momento oportuno o... todo podría acabar muy muy mal.

Justo antes de llegar al suelo lo hizo. No sabía cómo lo hacía, pero al contrario que el resto de mortales, aquella joven era capaz de controlar sus moléculas, sus propios átomos, protones, neutrones... y hacerlos separarse, fundirse con cualquier cosa, y luego reunirlos de nuevo. Lo hizo cuando llegó al suelo, y luego los fundió con el aire para detener la caída hasta que sus pies tocaron el suelo de las alcantarillas subterráneas. Después, comenzó a correr de nuevo. Olía mal, y de vez en cuando alguna rata de tamaño considerable se le enredaba entre los pies hasta casi hacerla tropezar. Mascullaba alguna palabra malsonante y continuaba con su marcha. Tenía que llegar a tiempo, o perdería. Quizá se había confiado demasiado. No por nada jugaba contra un enemigo nada desdeñable.

Casi estaba a punto. Según las indicaciones, sólo debía subir y...
De pronto, sintió un tirón en el pezón. El pezón derecho, donde llevaba el piercing de titanio. No fue un tirón doloroso, sólo un aviso. Después, fueron los piercings de las orejas, y el de la lengua. La chica puso los ojos en blanco y sonrió, dándose la vuelta.
-Te dije que te ganaría -a su espalda se encontraba un joven subido en una especie de tabla de surf hecha de algún tipo de metal.
-No me has ganado -replicó la chica, mientras agitaba su larguísima y peluda cola en señal de disgusto- he llegado antes.
-Llevo esperándote un buen rato -el muchacho descendió de su vehículo, que se encontraba flotando en el aire, y se aproximó a ella- casi es la hora.
-Pues subamos. A ver quién llega antes.
-¿Otra vez?

La joven corrió hacia la escalerilla que se encontraba adosada a una pared y comenzó a trepar por ella hasta llegar a la tapa de la alcantarilla, la cual atravesó con gran facilidad. Al llegar arriba, sin embargo, un trozo de metal se enredó en su pie y la hizo caer. La pesada tapa se deslizó por el suelo, mientras el muchacho, subido aún en su tabla metálica, levitaba hacia lo que parecía una especie de casa de campo. Amy se deshizo de sus ataduras y corrió también. 

Todas las luces de aquella casa se encontraban encendidas, y dentro parecía que se estaba desarrollando una especie de fiesta. Ambos jóvenes irrumpieron en el salón, uno por la puerta y la otra atravesando la pared, justo cuando estaba comenzando la cuenta atrás. 
-Eres un tramposo -le espetó Amy, jadeante.
-¡Cinco! -Gritó el resto de la sala, mientras algunos saludaban a los recién llegados.
-Algunos no podemos simplemente atravesar las cosas -replicó el muchacho, mientras se apartaba un mechón de cabello verdoso de la frente.
-¡Tres!
-Eres un cretino.
-¡Dos!
-Pero me adoras.
-Te odio.
-¡Uno!

Todos los asistentes de aquella fiesta prorrumpieron en gritos de alegría, abrazos y besos. Los matasuegras y el confeti brillaban por doquier, y una lluvia de papelitos de colores cayó sobre la pareja. Mientras los primeros compases de la melodía de fin de año comenzaban a sonar, Eric depositó un suave beso en los labios de Amy, mientras convertía una cuchara de plata de la cubertería de la mesa en un óvalo brillante, que depositó en el dedo anular de la chica.

Ella lo miró, incrédula. Su corazón se encogió, casi de la misma forma que lo hacía cuando se dejaba caer desde una finca de siete pisos.
-No, Eric, no...
-No digas nada aún, piénsatelo.
-No, no puedo. Lo siento, pero no puedo.
-Amy, por favor...
-¡No puedo!

La joven abandonó la fiesta atravesando la puerta de atrás, dejando el anillo recién creado sobre la mesa. 
El año no había empezado precisamente bien para Pantera Nebulosa. 
Quizá debería simplemente caminar por los tejados de la ciudad. Y observar los fuegos artificiales. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...