martes, 18 de junio de 2013

Doji Aiko




Le escocían los muslos una barbaridad cuando se sentó frente al altar de su madre, y encendía una barrita de incienso. Observó el retrato que había en el centro de la pequeña construcción de madera. Era un retrato precioso, que un antiguo pretendiente había dibujado para ella cuando era joven. 
Al principio, Aiko puso un dibujo hecho por ella misma, uno que a su madre le había gustado mucho en vida. Aiko se había sentido tan orgullosa de él, porque su madre se había deshecho en alabanzas cuando lo terminó. Ahora no sabía qué pensar, ya que su abuela lo había tirado diciendo que era vulgar, y falto de gracia.

Cuando terminó de rezar, se dirigió a su habitación. Una vez dentro, se desnudó lentamente, con la intención de tomar un baño antes de irse a dormir. Una de las criadas dirigió una mirada cargada de preocupación hacia la parte trasera de sus muslos. Aunque había llevado muchas capas de ropa, no habían amortiguado del todo el latigazo con la rama de bambú que utilizaba su abuela cuando tomaban clases de corte, y un largo moratón recorría su piel. Curaría en una semana o así. 
Le dolía mucho, pero Aiko sabía que había sido culpa suya, por torpe. Practicaban la ceremonia del té, y, nerviosa bajo la atenta mirada de su maestra, había derramado un poco de líquido sobre la mesa. Aquello sólo le habría costado una reprimenda, pero al intentar limpiarlo rápidamente, le dio un codazo a una de las teteras y la arrojó sobre el suelo, haciéndola añicos.

Se sumergió en el agua lentamente, lanzando un quejido cuando el líquido rozó su piel maltrecha. Su abuela no se daba cuenta de que todo lo que le enseñaba le salía mejor si no estaba ella juzgándola. La ponía tan nerviosa que la hacía completamente incapaz de hacer nada a derechas: se le rompían las ramitas de las flores en el ikebana, se le caía la aguja mientras bordaba, y se le mezclaban los reinados de los emperadores. 

Contuvo las lágrimas. En cambio, su madre había sido tan buena con ella, tan comprensiva... Aiko sólo deseaba poder pasar su gempukku para regresar a casa con su padre, y hacerse cargo de él. El pobre debía estar muy triste, tan solo... Su abuela hablaba mucho de él, refunfuñaba sobre que no había sido capaz de enseñarle nada útil, y criticaba lo ingenuo que era. Incluso una vez sugirió que debía cometer seppuku por haber raptado a su hija. Aiko no pudo contener su lengua entonces, pero sólo sirvió para que su abuela le propinara un fuerte golpe en la cabeza con el abanico.
-Si fueras la mitad de lista que de bonita, podrías llegar a ser Emperatriz -le había dicho alguna vez- pero con esa cabeza hueca que tienes, tienes suerte de no acabar siendo violada por algún ronin cada vez que sales por la ciudad.

Pero no entendía por qué todos decían que era tan tonta. Simplemente, ansiaba una vida sencilla. No entendía por qué los demás siempre estaban complicándose con tantos entresijos de la corte. Ella sólo quería cuidar de su padre. Y casarme -añadió. Aunque eso le daba miedo. Sabía que debía casarse, se había imaginado tantas veces cómo sería su vida de casada... pero tenía miedo, de todos modos. Había conocido a su futuro marido cuando era niña, pero no se acordaba de él. 
Metida en la bañera, cerró los ojos y trató de dibujar su rostro en su mente. No había manera, estaba oculto detrás de una neblina. Ojalá se hubiese fijado más en él cuando le conoció. Pero entonces era una niña, y la palabra "matrimonio" para ella no significaba nada entonces. Por eso sentía miedo. Había escuchado que había maridos que pegaban a sus mujeres, o que incluso... preferían a otros hombres. 

Suspiró, y mientras se secaba, dejó que las criadas que pusieran algo de pomada en los muslos. Quizá si lo hacía todo bien, y se casaba pronto, su abuela la dejara tranquila, dejaría de gritarle por todo y decirle que era una tonta y lo hacía todo mal. A lo mejor, si se casaba, su marido dejaría que su padre viviera con ellos, y así podría cuidarle. Podría tener la vida sencilla que siempre había deseado, tener unos cuantos hijos, y vivir feliz en alguna ciudad bonita. Incluso quizá pudiera ser que su marido fuera tan tan bueno, que la llevara al norte a ver monos.

Con aquel objetivo en mente, quizá podría enfrentarse al entrenamiento y a su gempukku, si con aquello conseguía cumplir el sueño de su vida, y ser feliz, como lo habían sido sus padres antes que ella.

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