jueves, 11 de diciembre de 2014

Nala

Hoy me acuerdo mucho de ti.
Del tacto arenoso de tu pelo fino. De la nariz rosada en tu niñez, que se tornó negra al hacerte adulta, y luego clareó de nuevo al arcercarse el final. 
De tus ojos dulces y sinceros. De tus orejas caídas y pequeñas. De tu cola cortada a cepillo después de la peluquería. 
De tu pasión por las naranjas. De cómo me despertabas de la siesta olisqueándome las manos o la nariz. De lo protectora que eras con nosotros.

De lo mal que me porté contigo algunas veces cuando era pequeña y lo mucho que te ignoré siendo adolescente. De la culpa que me agranda el vacío de mi corazón, el agujero que dejaste cuando te fuiste.

Echo de menos tus carreras alocadas por el pasillo, la alegría más pura que he visto nunca. Echo de menos que rascaras la puerta para que te dejara entrar, porque necesitabas volver a salir. Del sonido de tus pezuñitas claqueando sobre las baldosas, vagando sin rumbo por la casa.

Cuando te escondías en el armario empotrado, cuando intentabas ocultar que te habías subido al sofá, pero te delataba el calor residual de tu cuerpo. Cuando llenabas mi vestido negro favorito de largos pelos blancos. Cuando te escondías detrás de las cortinas, cuando mi iaia te daba comida para que la dejaras tranquila pero tú seguías acosándola porque joder, querías más comida

Echo de menos cuando te llamaba al final del pasillo y decidías que responder no iba contigo. Cuando te encaramabas a los reposabrazos de la silla mientras comíamos, y siempre lo intentabas primero con papá porque tenía mejor comida (¡carne!) pero te conformabas con mamá porque ella sí que te daba. Echo de menos cómo llorabas cuando More se marchaba a su casa.

Echo de menos la bolita blanca que eras cuando te trajimos, y añoro a la perra escuálida que fuiste cuando te marchaste. 




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